Críticas: Wishmaster
Mucho ha llovido desde aquel lejano 1997 en el que Wes Craven estaba empeñado en redirigir los designios del cine de Terror como ya hiciera en los ochenta, y tras pegar la campanada con su soberbia Scream (1996) -con la que revitalizaba el slasher de una manera que no ha encontrado su decadencia hasta nuestros días- se internaba en el terreno de un Terror más adulto, en apariencia, y ocupaba la silla esta vez de productor para poner en marcha la saga de Wishmaster.
Wishmaster es una película mucho más lúgubre, cruda y brutal que las de la trilogía adolescente Scream y pretendidamente más seria de lo que nos tenía acostumbrado el Craven de Pesadilla en Elm Street. Es un tipo de Terror más cercano a Candyman -de hecho agrada ver el cameo de Tony Todd-, muy al estilo Barker, donde la trama que envuelve al asesino/monstruo está mucho más elaborada y presentada que de costumbre, amparada en toda una mitología y en una serie de leyendas con cierta base verídica que Craven toma prestada de diversas culturas de la antigüedad.
Sin embargo toda esta elaborada cimentación histórica no deja de ser un mero accesorio, por más que diferentes personajes se encarguen de repetírnosla a cada rato en un cutre intento de darle entidad a la peli, y es que un slasher es un slasher al fin y al cabo, y lo mismo da si viene de la antigua Mesopotamia como de un apartado sanatorio o de un camping maldito.
Porque por más que quiera, Wishmaster no deja de ser una sucesión más o menos hilvanada de asesinatos a cuál más burro y gore. Es un Craven más desatado y visualmente más sofisticado, que para crear las muertes más imaginativas y grotescas se aprovecha de los poderes sobrenaturales de su protagonista que no pudo utilizar en Scream y que, con limitaciones, ya probó con Freddy Krueger.
Porque en Wishmaster el asesino/monstruo, la Quimera, es un Djinn, un Genio de la lámpara, para entendernos, encerrado durante miles de años en el interior de una piedra preciosa hasta que una rubia desafortunada lo hace salir y se arma todo el lío.
No hay malvado sin plan ni genio sociópata asesino sin algo que hacer en la Tierra, el Djinn irá recopilando almas a base de conceder deseos hasta que consiga que la piba que le despertó le pida tres de estos y así lo libere para siempre y pueda dominar el mundo y todo eso, para no variar.
Y yo siempre me pregunto ¿para qué quiere un Djinn, o Piccolo o quien sea, dominar todo este planeta, con lo grande que es y todos los líos que tiene? Que si el hambre, que si el calentamiento global, que si la peste gorrina, que si las elecciones del Madrid... No sé si yo lo querría, por más poderoso que fuera.
Desde el punto de vista del Terror, Wishmaster tiene algunos puntos a su favor. Muchas de las escenas resultan originales, cuenta con un villano excepcional que es capaz de ventilarse a la peña de las maneras más impactantes y algunas realmente grotescas y estremecedoras. A ese respecto Wishmaster mola y el trabajo de Andrew Divoff como Genio Cabrón está muy conseguido.
Sin embargo Wishmaster peca de algo que no sé hasta qué punto es responsabilidad suya, de Craven o de las circunstancias, y es de unos efectos especiales que demasiado a menudo no están a la altura de la envergadura del proyecto. Probablemente el presupuesto de que disponía no le permitía hacer todo el uso que necesitaba de unos efectos digitales que en 1997 ya estaban bastante más avanzados de lo que presenta la película.
Por lo demás, Wishmaster es una inocua película de Terror avalada por el sello Craven que aunque no vaya a pasar a la historia del género, al menos sí me parece que merece ser tenida en cuenta.
Eso sí, huyan de sus secuelas...
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