martes, 18 de noviembre de 2008

Doomsday: El Día del Juicio



Doomsday

Mad Max del acero: rescate en Glasgow 28 días o semanas o minutos después.



Una mañana perdida en el otoño de 2007, despacho de Pez Gordo con Corbata, productor temerario:

-Oye, este tío ha hecho un par de películas rentables, ¿por qué no le ponemos en la mano chorrocientos millones de dólares y que nos haga lo que le salga de las pelotas?
Esa misma noche, salita de estar de Neil Marshall, cenita con colegas, El Diablo de la Carretera en el DVD y cigarritos de la risa para todos. Contando los billetes que el Pez Gordo con Corbata le ha puesto sobre la mesa:

-Eh, tíos, tíos, tengo una muy buena, ¿por qué no hacemos un refrito de nuestras pelis favoritas?
- ¿Se puede?
Marshall se encoge de hombros.
-Pse, claro. A mi me la suda. Ya verás como más de un capullo va a verla.
-¿Y tú crees que gustará?
-¿Es que tú no ves todos estos billetes?

Así nació Doomsday: El día que Neil Marshall descubrió el “Corta y Pega”.


¿Decepción? Joder, pues sí. No es que yo sea un gran fan de Neil Marshall, de hecho, me chirría bastante que todo el mundo alabe tanto una peli que a mí me dejó a medias, como The Descent, que sólo me gustaba regular hasta que salió el émulo de Gollum y a partir de entonces dejó de gustarme del todo. Sin embargo reconozco que no es mala peli y que consigue crear ese ambiente de claustrofóbica y agónica ansiedad que le da un puntito por encima de otras. A mí me gustó más Dog Soldiers, soy así de raro, pero igualmente creo que se desinfla a medida que el metraje avanza y termina como una patada en los cojones.

En todo caso, ¿qué narices ha hecho Neil Marshall con Doomsday?

Es sencillo de explicar. ¿Quién de nosotros no cogería un cheque en blanco de su productor y un despliegue brutal de medios y efectos especiales y tunearía sus clásicos más queridos para hacerlos a su gusto? La única pega para Marshall es que no tenía presupuesto para cinco películas sino sólo para una y tuvo a hacerlas todas juntas. Quiere homenajear tantas cosas que al final se caga en todas ellas. Tanta escena reconocible entorpece y distrae, devalúa y condena la película.

Porque Doomsday es un truño clasificado minipimer en algunos países. Un despropósito adrenalítico pero impersonal que dice muy poco de un director que apuntaba buenas maneras, por lo menos, maneras diferentes, y que se fuma la originalidad enrolladita en papel higiénico. No sé si me explico.

Lo que resulta de tanto póster flipante y de tanta imagen potente es porno a secas, una sucesión de secuencias sobrecargadas y excesivas que apenas conectan entre sí. Ni falta que hace.

(Por cierto que en Wikipedia dicen que Neil Marshall elaboró una lista de sus 9 películas favoritas entre las que está El Guerrero y la Hechicera”. Oh, Dios, mío...)


La película empieza con una atrocidad impresionante, secuencia inicial desmedida, alucinógena y tan inverosímil que deberían darnos con la entrada un bote de vaselina. Porque que un virus letal surja como de la brisa en toda Escocia y el Gobierno encierre a los escoceses tras un muro de acero de costa a costa es una burrada, pero que los militares abran fuego por sus cojones contra la multitud desesperada y las autoridades les dejen pudrirse allí durante años no es inverosímil, es una falta de respeto, que no somos idiotas.

Pues resulta que ¡25 años después! los satélites del gobierno que controlan la zona descubren otra vez vida humana. Pero vamos hombre, qué mierda de satélites son esos si, como vamos a descubrir enseguida, el pifostio que tienen montado en Escocia es para que se oigan los gritos y se vean las luces y el humo desde Irlanda.


A este pobre hombre le van a freír a tiros. Dos películas más como ésta y cuando un inglés coja una gripe le va a caer la del pulpo.


Da igual, nos lo tenemos que tragar también. Cuando el famoso virus segador aparece -¡flop!- en el centro de Londres, toma ya curso CCC de biología viral, el gobierno británico, que tiene alguna especie de plan pero que a Marshall se la suda, y así nos lo transmite a nosotros, envía al otro lado del muro a Rhona Mitra Plissken, con parche y todo. ¿Dónde está la fina línea que separa el homenaje del robo?


Pero los “homenajes” de Marshall no terminan ahí, ya que, como quién pone la bibliografía al final de un trabajo, uno de los soldados que acompañan a Alice, perdón, a Rhona Mitra, a la caza del antídoto se llama Carpenter y otro Miller, para que no queden dudas.

Hasta ese momento la película parecía caminar por la línea de 28 días después, Resident Evil o 28 semanas después, que por cierto, menudo pavor tienen los ingleses con los virus y la medicina, que digo yo que deben persignarse antes de entrar en una farmacia, pero de repente, nada más cruzar el famoso muro aparecemos en Australia, terreno del Mad Max de Miller, porque lo que ataca y por cierto derrota a nuestros hábiles e intrépidos especialistas de élite no es una manada de zombies hambrientos, sino una horda de ciberpunks puestos de ácido hasta las cejas que derriban sus carros blindados y les hacen prisioneros con poco más que hachas, cadenas y palos. Fíate tú del MI6.

Qué joyita… / Lo mejor de la película.


El lider de estos maníacos se llama Sol, dicho todo queda. Es una especie de Carlos Sobera oligofrénico, saltarín e hiperactivo que organiza shows circenses con mujeres desnudas antes de servir a sus huestes fileticos de carne humana.

Pa’ mear y no echar gota… No me reí, la vergüenza ajena y la impresión de que me estaban
tomando el pelo pudieron conmigo.

Pero eso no es todo, ni tampoco lo peor, porque cuando consiguen escapar del circo son ¿rescatados? por el otro bando en discordia, el resto de la población superviviente que vive bajo el gobierno de un científico ultrafanático en una aldea a la antigua usanza de la Edad Media.

Y digo yo: lo siento Señor Marshall por no haber visto su película en las mismas condiciones en las que usted la escribió, es decir, emporrado y con grandes dosis de alcohol al alcance de mi mano, pero ¿qué coño tiene que ver lo que le ha sucedido a esta gente con la vuelta a la edad media? ¿Cuántas tiendas de disfraces han tenido que saquear? ¿Cuántos museos? ¿Por qué renunciar a la electricidad, a los coches, al siglo XXI? ¿Es que Escocia no tiene recursos de que abastecerse y era necesario el retorno a la vida feudal? ¡Joder que hacen torneos y hay tíos vestidos con armadura! ¿En qué estabas pensando, Neil, angelito?




Observen una de las escenas eliminadas de este engendro. Aquí vemos lo que realmente quería hacer Marshall.



Lo más descacharrante es que uno de los bandos tiene electricidad, coches y hasta música, pero vive oculto en las antiguas ciudades, y el otro no se oculta una mierda -¿dónde estaban esos satelites?- pero no tiene de nada. Incoherente por todos lados.

¡Y una vuelta de tuerca más! Todo es tan surrealista, tan estúpido y manipulador que como por arte de magia aparece en Camelot un cochazo Bentley que llevaba en una caja 25 años y al que no sólo no le ha entrado polvo sino que se le conserva la gasolina y mantiene intactas todas sus capacidades.

Navidad, Navidad, dulce Navidaaaad...


Pues ahí vamos, que la ocasión la pintan calva, piensa Snake Mitra. Se lleva a los colegas que le quedan y a una nativa que -literal- no sabe para qué sirve un coche y sale quemando goma del Reino del Dragón de regreso al muro de Adriano. Por el camino se tropieza con el discretísimo autobús de Sol, que la cosa no iba a quedar así, pero claro, qué puede hacer él contra un Bentley Gran Reserva (por lo de conservarlo en barrica) y pierde la cabeza por el camino.


Pues punto pelota. La impávida heroína contacta con su estereotipado superior y sacan del país a la superviviente con la intención de utilizar su sangre para crear el antídoto del virus y salvar a la población de Londres, eso sí, cuando al gobierno le venga bien, que tampoco hay tanta prisa. Y en un epílogo para rizar el rizo y que vomiten los que no lo hayan hecho todavía, Rhona Mitra recupera la cabeza del Sol y se presenta a las oposiciones para nueva jefa del comando Ciberpunk. Se ve que le aburría lo de ser policía.


Si no puedes con ellos...


Vamos a ver.

“La peli no es mala”, dirán, “es que no se toma en serio...” ¡Coño, pues que haga reír! Pero no, no es Planet Terror y tampoco creo que vayan por ahí los tiros. No pocas películas homenajean a grandes clásicos de uno u otro género sin por ello perder la dignidad ni causar vergüenza ajena. Ni la insistente campaña publicitaria ni las expectativas generadas al contar con este director parecen enfocadas a crear una película ligera o que no se tome en serio a sí misma. Doomsday sí se toma en serio y sí pretende tener una entidad dentro del género de ¿terror? ¿ciencia ficción? que se desinfla desde que una bala destroza el ojo de una niña pequeña y la chiquilla ni llora.

Lo que tenemos aquí es una maniquí protagonista que sólo sabe poner un gesto durante toda la cinta, tal vez por eso veamos más veces su culo que su cara, es cierto, pero que Rhona Mitra está buenísima es algo que ya sabíamos antes de verla hundirse en un papel que le queda enorme.

Y aquí me enamoré de ella...


Lo que hace Neil Marshall es sodomizar cuatro o cinco clásicos de los últimos treinta años y restregarnos por la cara que puede hacer lo que le de la gana con ellos, sin importarle cuánto de lo icónico de aquellas películas míticas queden a la altura del betún.


Los personajes no tienen alma ni profundidad ninguna, ni siquiera el de la protagonista, con quién no llegamos a empatizar en ningún momento, que nos es tan antipática y distante como si fuera de escayola. Bob Hopkins anda perdido, dejando entrever que aceptó participar para cubrir algún atraso del alquiler, si no, no me lo explico. Pero lo de Malcom Macdowell... cuánta lástima darse cuenta de que el último buen trabajo de un actor fue el primero.

La trama es tan difícil de creer, de aceptar, que genera una distancia infranqueable entre nosotros y lo que estamos viendo, y así la población virulenta de Londres nos importa lo mismo que a su propio gobierno: un mojón. Ni que decir tiene lo que nos valen los miles de escoceses aislados, cada uno con su paranoia, manada de subnormales reducidos a monigotes por un guión que no les respeta. ¿En qué cambia su situación al final? ¿Qué pasa con ellos?

Intentando abarcar todas sus referencias, Doomsday parte de un guión plagado de lagunas en el que el motor principal, el famoso virus, deja de tener importancia a mitad de la película. Pero es que además nos proponen tantas incoherencias que dejamos de cuestionar lo que vemos. Así, nos vale que Inglaterra encierre a toda Escocia tras un muro y nadie haga nada durante 25 años, o que los satélites espía estén apuntando a cualquier lado durante todo ese tiempo, o que la gente sea capaz de seguir a un chalado hasta la edad media sin darle un capirotazo que le baje de la nube. Y así con todo: ¿Qué el virus se salta el muro y tropecientas poblaciones hasta llegar a los Londres? Lo normal. ¿Que el primer ministro se infecta y se pega un dramatísimo tiro? Pues ponemos a otro. ¿Que con la prota iban doce soldados y de repente sólo hay dos? Pues muy bien. ¿Qué las ventanas de una tanqueta blindada se rompen con un palo? Es que venía mal de fábrica. Nos lo tragamos todo, que dirían las hermanas Hilton, vamos, si hasta nos tragamos que Rhona Mitra lleva una microcámara en su ojo de cristal... Claro, y una Playstation en el culo.



Mira, pues en esta escena sí que me partí de risa...


Y con todo la película no aburre. Y no aburre porque Marshall saca a relucir todo su arsenal de casquería desde el primer minuto hasta el último, o sea que para los fans del gore más gratuito será hasta un peliculón de culto. Por que no sólo vemos cabezas humanas cercenadas o estallando contra las paredes. Vemos vacas pisoteadas por tanquetas, conejos reventados en primer plano y también un cuerpo humano fileteado a la brasa igual que el pollo en un Kebab Donner. Lo cierto es que sin esa casquería la película sería completamente infumable, pero con eso tampoco basta.

Y repito lo de antes, si al menos hiciera gracia...


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domingo, 16 de noviembre de 2008

Asesinato Justo




Mucho tiempo ha pasado desde aquella memorable y fugaz escena de Heat, pero mucho más es el tiempo que los más apasionados cinéfilos y admiradores de estos dos astros llevamos esperando para verlos juntos en pantalla y formando parte de una historia que mereciera la pena. Jon Avnet nos ofrece sólo una de estas dos cosas, porque si bien Asesinato Justo es la única oportunidad de admirar a DeNiro y Pacino compartiendo plano, la película como tal no pasa de un mero entretenimiento, muy alejado de los grandes hitos que ambos nos han regalado a lo largo de sus carreras.

La vieja pregunta de quién es el mejor actor de su generación, si Robert o Al, tendrá que ser respondida a partir de sus trabajos realizados hasta la fecha, es más, quizá debiéramos reducir la lista a sus películas del siglo XX, porque lo que parece claro es que para ninguno de los dos su mejor papel está todavía por llegar. No, desde luego, si siguen empeñados en aceptar roles tan planos y vacíos como los que llevan acumulados en los últimos años.

Pacino rompió en los setenta con su Michael Corleone y sus obras maestras ligadas al hampa y al género policiaco, El Precio del Poder o Atrapado por su pasado marcan un antes y un después en el cine americano. Por su parte, el talento de DeNiro, unido al de Scorsese apabulla con su presencia en Toro Salvaje o Taxi Driver y eso son sólo un par de perlas de una filmografía impresionante en ambos casos.




Lo que está claro es que Asesinato Justo no va a entrar en la lista de las 20 mejores películas de ninguno de los dos, lo que nos deja una sensación desoladora de ocasión perdida, de desaprovechamiento, de cuándo vamos a tener otra oportunidad para que un director –menos coñazo y más capaz que Avnet– consiga sacar lo mejor de dos de los más grandes genios que ha dado el cine americano.

Pero es que la película de Avnet, sin ser un bodrio ni mucho menos, es un producto menor teniendo cuenta su potencial. Es una historia seca, al uso, con giro de guión engañoso e incoherente y con una trama insulsa y mal llevada que además presenta peligrosos tintes fascistas. El pulso de la película es lento y dubitativo, como si no terminara de romper a contarnos algo, como si el preámbulo se alargara por dos horas de presentación de personajes, con la cámara regodeándose, casi de manera hedonista, en mostrar a los dos colosos que tiene delante.

Con la sensación de que Jon Avnet no supo en ningún momento qué hacer con lo que se le echaba encima, consciente de que Asesinato Justo jamás sería su película, sino que siempre será la película de Pacino y DeNiro, el cineasta dibuja un retrato frío y distante de dos inspectores en ocaso y de una realidad policial surrealista y manipulada.

Porque uno de los grandes fallos de Asesinato Justo es lo difícil de creernos lo que está pasando, de entrar en el juego que nos propone. Lo que narra es tan inverosímil, tan forzado, que en ningún momento podemos dejar de cuestionar que la policía de Nueva York sea tan inútil y sus maleantes tan confiados. Si para colmo le añadimos un guión tramposo que parece sacarse escenas de la manga… porque ¿a qué viene esa violación? ¿Ganas de inmolarse?


La película juega todas sus bazas a su pareja de actores. A un DeNiro que parece tener ganas de terminar cuanto antes –igual que en todas sus últimas intervenciones, por cierto– y a un Pacino que parece instalado en el histrionismo y la exageración como si desde Pactar con el Diablo se le hubiera quedado atascado el cerebro.

En fin, una pena. Como suele pasar, dos genios tan grandes no están hechos para compartir un mismo espacio. Tal vez más adelante, con una historia y un director que de verdad lo merezcan.

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