lunes, 18 de julio de 2011

Críticas: Harry Potter y las Reliquias de la Muerte, parte 2.


Por fin he descubierto la verdadera magia de Harry Potter y he tenido que esperar al capítulo final para averiguarlo: los verdaderos magos en esta saga son los guionistas, encargados de condensar en formato película una cantidad de información desbordante pero imprescindible para que puedan casar las piezas de esta macro-telenovela con más cabos sueltos que un velero destartalado.

Porque si de una cosa puede presumir Harry Potter y las Reliquias de la Muerte, parte 2, es de acumular la mayor cantidad de casualidades, agujeros e incoherencias de toda la serie, y eso es mucho decir.

Y no me habléis de los libros que yo he ido a ver una película. Estoy bastante harto de que con cada adaptación mal hecha me digan que para entenderla bien debería leer la novela. No, he ido al cine. La información necesaria que me la dé la pantalla.

Por cierto, es muy probable que este análisis cabreado introduzca spoilers.




Para empezar, tras esa penosa pseudopelícula que fue la primera parte de ésta, pensé que si me había resultado tan estúpida tenía que ser porque todos esos cabos sueltos se pensaban cerrar en su continuación. Pero no, me equivocaba. La segunda parte es todavía peor y te deja con cara de asombro la mayor parte de su dilatado, ralentizado y previsible metraje.

Casualidades y explicaciones caídas del cielo, las tiene todas.

Como cuando a Harry, evidentemente por arte de magia, se le pone en el entrecejo que uno de los horrocruxes que buscan está en la cámara personal de Bellatrix Lestrange en el banco de los magos. Porque él lo vale. O como cuando, a pesar de que acaban colándose en otra cámara, no se sabe de quién, encuentran de todos modos el dichoso objeto encantado, en una patética escena a mitad de camino entre la cámara de desperdicios de Star Wars y la búsqueda del Santo Grial de Indiana Jones.

O aún peor, y ésta es sonrojante, cuando sin saber qué narices buscan a la colgada de Luna se le ocurre que el siguiente horrocrux se esconde en una diadema que nadie sabía que existía. Así, lo primero que se le ocurre y va y acierta. Menos mal que no pensó primero en un plato de lentejas, por decir algo, porque allí iban a ir todos de cabeza.


Pero eso no es todo, sobran ejemplos, como el subidón de testosterona de Ron y la intrascendencia de Herminone, en un giro incomprensible que sodomiza la coherencia de la saga. Es que además, para no faltar a la tónica inevitable de estas películas, siguen apareciendo personajes determinantes hasta de debajo de las piedras, pero aún es peor cuando se cargan a otros mucho más importantes sin pensárselo dos veces.

Toda la película languidece entre escenas trepidantes, las menos, otras donde la información es inabarcable, abusando del flashback como si no hubiera mañana, y entre larguísimos pasajes de supuesta profundidad emocional y reflexiva en los que no nos cuentan absolutamente nada. Y todo para decaer en un indecente clímax final, sosísimo cierre a una de las sagas más importantes del cine, rodado con menos pulso narrativo que el video casero de un funeral.


En definitiva, nada han aportado ninguna de las dos partes de este epílogo de Harry Potter al resto de la serie, pero esto en el caso de esta última película es sangrante, cuando ni siquiera las famosas reliquias del título tienen ningún sentido. Porque para nada sirven las puñeteras reliquias de la muerte -se supone que quien las posea se convertirá en el mago más poderoso y señor de la muerte, ahí es nada-, ni ninguno de ellos, héroe o villano, se preocupa por reunirlas ni utilizarlas para nada.

La espada tiene la misma función que un diente de basilisco, la capa lleva utilizándola desde ni se sabe cuándo, y lo de la piedra de resurrección es de vergüenza ajena. Ninguna de ellas tiene la más mínima repercusión en la trama.

De verdad, estoy seguro que Harry Potter merecía un final mejor trabajado y con menos lagunas argumentales. Como escritor he sentido vergüenza, y estoy aún más convencido de que el tiempo, una vez pase la fiebre inicial, pondrá este descalabro narrativo en su sitio.


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