Críticas: Underworld: La Rebelión de los Licántropos
Escribo esta crítica casi como ejercicio de catarsis, para quitarme un peso de encima de una vez por todas y mandar este trío de truñacos a tomar viento fresco desde ahora y para siempre.
Porque para poder hacer la crítica de Underworld: La rebelión de los licantropos me he tenido que zumbar con Dios y ayuda las dos entregas anteriores, ya que la primera la vi hace seis años y la segunda es que ni la terminé, de tanto como me aburría. Así que después de casi un mes de cabezadas, de lucha sin cuartel contra en imperio perpetrado por Len Wiseman, lo he conseguido.
Ha sido increíble, cada vez que daba al play me quedaba dormido en menos de quince minutos, ver la saga de Underworld se convirtió en un empeño personal, en un rito iniciático, pero aquí está, mi valoración de Underworld: La rebelión de los licantropos:
Es una mierda.
No quiero convertir este post en un eterno discurso sobre la trilogía de Underworld, pero ya que las he visto y para darle más solidez a mi crítica, voy a hacer un par de comentarios.
Allá por 2003 apareció en escena Underworld, la primera, una esperanzadora revelación para el cine de fantasía, de Terror, de acción gótica, dónde una preciosa Kate Beckinsale empuñaba las armas y lucía colmillos de vampira en su lucha contra los Hombres Lobo. Vampiros contra Hombres Lobo, uau, cómo mola. Ná, casi a partir del discurso inicial de Selene -Beckinsale- Underworld se convertía en un festival de tiros, zambombazos y unos pésimos efectos especiales que hacían de los Hombres Lobo bestias rechonchas, peludas y gigantes que más parecían osos cabreados.
Del enfrentamiento vampiro vs licántropo se extraía más bien poco, apenas se cruzaban en un par de escenas que habitualmente resolvían a tiros.
La película se volvía monótona y repetitiva, con bastante poca chicha y una trama enmarañada y mal explicada sobre porqué Selene tenía que salvar a Michael Corbin, un guaperillas con cara de quién me ha metido a mí en esto que al parecer era el único descendiente de las dos especies. Varias casualidades y leyendas después, las cosas quedaban en empate.
Mosqueados por lo regular que les había quedado la primera, Wiseman y Beckinsale se enbarcaron poco después en Underworld: Evolution, donde la evolución que anunciaba el título se quedaba en hora y pico de persecuciones por medio mundo y más leyendas vampirocántropas entremezcladas con un poco de sexo interracial y una Kate Beckinsale a la que empezaba a notársele el aburrimiento. Los únicos que sí que evolucionaron fueron los efectos de todo a cien, que dieron pie a una bestia vampírica igualita que el Jeepers Creepers desatado.
Así llega Underworld: La rebelión de los licantropos, que aprovecha la moda de las precuelas para explicarnos otra vez lo que llevan intentando que entendamos desde la primera, que no es otra cosa que el origen de las dos razas y el porqué de su enfrentamiento. Nos presentan a Sonja, la hija del jefazo de los vampiros, que empeñada como está en dar a luz a un lindo lobeznito será la desencadenante de todo el follón y de mil años de disparos, persecuciones y mala leche.
Su historia ya la habían contado en Underworld, la habían repasado en Underworld: Evolution y queda presente en toda la saga, pero ahora quieren que además la veamos, para terminar de aburrirnos y sacarnos las pelas.
Lo mejor de la película es que es la última, lo peor, todo lo demás.
Esquivando que Michael Sheen está decidido a que nunca se le tome en serio -después de sacarse la cabeza del culo con El Desafío: Frost vs Nixon acaba de anunciar su participación en la saga Crepúsculo-, volvemos a comprobar lo bien que se sabe el papel de florero Rhona Mitra y cómo Bill Nighy pasa completamente de todo y acepta los papeles entre trago y trago de Johnny Walker, si no no se entiende.
Los efectos especiales vuelven a ser esta vez de traca. El CGI es un desastre, si vemos a los lobos de lejos apestan a ordenador Spectrum de los ochenta, y si los vemos de cerca se nota que es un muñeco de plástico de garrafón. Los vampiros ya directamente no pierden jamás su forma humana y su caracterización se limita apenas a unas espectaculares lentillas blancas. Los licántropos son más gordos y más peludos que nunca, hipermusculados y contrahechos, con lo que vuelven a parecer osos endemoniados en lugar de temibles lobos.
Para colmo, de la trama desaparecen personajes esenciales en las dos primeras, como Marcus o Corvinus, y nos dejan sin ver una de las historias más importantes: el momento en que Viktor encuentra a Selene y a su familia siendo ella una niña.
Y por lo demás, cambiamos las balas de plata por espadas y ballestas pero esta vez tampoco vemos enfrentamiento alguno entre licántropos y vampiros (que se supone que era el atractivo de la saga).
En definitiva, la película sirve para ponernos en antecedentes de la enemistad entre vampiros y licántropos, pero siendo este un tema tan tratado y tan explicado en las dos anteriores, me temo que Underworld: La rebelión de los licantropos no aporta nada nuevo a la saga, salvo el poder disfrutar de un papel más largo de Michael Sheen y comprobar que lo regular, si breve, no hace daño a nadie.
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