Especial SW: Episodio I: La Amenza Fantasma.
Voy a empezar aquí un especial sin muchas ganas, sobre las seis películas de Star Wars, porque las he decidido poner por casualidad, mientras hago otras cosas, para que los nombres, las frases y la música que me han acompañado durante toda mi vida lo hagan ahora en este fin de semana tan cargado de trabajo. Y de paso para olvidarme del clásico.
EPISODIO I: LA AMENAZA FANTASMA.
Se acercaba el fin de siglo cuando George Lucas decidió cumplir su amenaza -nunca mejor dicho- y terminar su epopeya galactica aprovechando los avances de la tecnología y de los efectos especiales. Cambió, así, la magia de una gran historia, unos grandes personajes, un gran guión y unos efectos currados pero apenas resultones, por exactamente lo contrario. Y la dictadura del CGI nubló el resto de aspectos de una saga cuya fuerza principal siempre había residido, a mi entender, en su mundo imaginado, en sus habitantes, en sus aventuras, no en si las naves y los planetas molaban más o menos.
Pocos cambiarían el Moss Eisly de cartón piedra del Episodio IV por los escenarios multicolor del Naboo de dibujo animado.
Pero con esa premisa se cumplió la amenaza del fantasma, es decir, que George Lucas tiró de ordenador y se pasó por el forro el resto, nos brindo una gilipollez infantil, indigna incluso del Disney Channel, con una historia, unos personajes y unos escenarios ridículos.
Todavía no consigo entender por qué decidieron que la tecnología involucionara con el paso de los años en el universo Star Wars. Vale que la guerra posterior pudiera haber derruído edificios o destrozado entornos naturales, pero no le veo sentido a que las naves, los droides o los instrumentos de uso contidiano pasaran de la SciFi más puntera a la ferretería interestelar de la trilogía posterior.
Eso es lo de menos, en cambio. El espíritu del ñoño Lucas postpaternidad, postabuelidad, postchocheamiento, no sé, hizo que el origen de Star Wars se situara en un conflicto aduanero que sólo pueden resolver los Jedi, por lo visto, en un sistema planetario puesto patas arriba de golpe y porrazo.
EPISODIO I: LA AMENAZA FANTASMA.
Se acercaba el fin de siglo cuando George Lucas decidió cumplir su amenaza -nunca mejor dicho- y terminar su epopeya galactica aprovechando los avances de la tecnología y de los efectos especiales. Cambió, así, la magia de una gran historia, unos grandes personajes, un gran guión y unos efectos currados pero apenas resultones, por exactamente lo contrario. Y la dictadura del CGI nubló el resto de aspectos de una saga cuya fuerza principal siempre había residido, a mi entender, en su mundo imaginado, en sus habitantes, en sus aventuras, no en si las naves y los planetas molaban más o menos.
Pocos cambiarían el Moss Eisly de cartón piedra del Episodio IV por los escenarios multicolor del Naboo de dibujo animado.
Pero con esa premisa se cumplió la amenaza del fantasma, es decir, que George Lucas tiró de ordenador y se pasó por el forro el resto, nos brindo una gilipollez infantil, indigna incluso del Disney Channel, con una historia, unos personajes y unos escenarios ridículos.
Todavía no consigo entender por qué decidieron que la tecnología involucionara con el paso de los años en el universo Star Wars. Vale que la guerra posterior pudiera haber derruído edificios o destrozado entornos naturales, pero no le veo sentido a que las naves, los droides o los instrumentos de uso contidiano pasaran de la SciFi más puntera a la ferretería interestelar de la trilogía posterior.
Eso es lo de menos, en cambio. El espíritu del ñoño Lucas postpaternidad, postabuelidad, postchocheamiento, no sé, hizo que el origen de Star Wars se situara en un conflicto aduanero que sólo pueden resolver los Jedi, por lo visto, en un sistema planetario puesto patas arriba de golpe y porrazo.
Desde la aparición de dos de los alienígenas más feos y pueriles, tan pobremente diseñados como los tipos de la Confederación de Comercio, ya sabemos que la cinta va a tirar por un camino muy diferente a lo ya visto. Después, los perdidísimos Liam Neeson y Ewan McGregor demuestran no sólo lo difícil de actuar ante el vaío verde de un exceso de pantallas croma sino que la dirección de actores en esta película brilló por su ausencia.
Los diálogos sólo pueden ser o cortos y estúpidos o eternos y confusos, no hay punto medio. Ausencia absoluta de chispa, de gracia, de la ironía acostumbrada que acercaba este universo a un público terráqueo. Las actuaciones zozobran en cada mirada, perdida, intensa hasta el ridículo de unos actores que no se creen lo que están haciendo.
Impagable la escena en que la madre de Anakin le explica a Qui Gon Jin lo del nacimiento del chico. Su cara de verguenza, la del Jedi pensando Puta... So zorrón... No me cuentes milongas, lo que pasa es que no te acuerdas... Tampoco entiendo la necesidad de virginizar el nacimiento de Anakin, nadie se ha preguntado nunca quienes eran los padres de Obi Wan o Yoda. Igual los Jedi nacen por esporas en general...
Todo el rollo midicloriano, ese fétido pueblo Naboo, la piedra que Lucas se colgó del cuello inventando a Jar Jar Binks... Él solito se tiró al pozo. Nada que rescatar del Episodio I, sólo resaltable porque supuso un efecto mundial sin parangón de expectativas ante el estreno de una película.
Aún recuerdo la emoción cuando volví a escuchar esas fanfarrias en mi butaca. Contuve a duras penas las lágrimas. La Guerra de las Galaxias volvía.
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