miércoles, 16 de junio de 2010

'Psicosis' cumple 50 años.


No es la mejor película de Alfred Hitchcock , ¿saben? Por lo visto no. A mí me da igual lo que digan los críticos, eso está claro, todos saben más que yo y habrá cosas y trucos y trampas y fallos que hagan de Psicosis una obra menor de lo que el imaginario colectivo tiende a calificarla. Quizá la aureola, la potencia de sus escenas míticas envuelvan nuestra percepción y nos hagan fabricar ídolos que demuestran tener pies de barro cuando los sometemos a un visionado frío y sesudo, como el que sin duda realizan los críticos.

Pamplinas. Psicosis es, por mucho más que por su calidad fílmica, una obra maestra.




La pantalla se pinta de negro, que dirían los Rolling, y junto a unos rótulos que acuchillan horizontalmente nuestras retinas empieza a sonar una partitura esquizo que acuchilla también nuestros sentidos. Media hora después la protagonista principal está muerta, con dos cojones. Empieza de nuevo la película, personajes nuevos, trama nueva. Una hora después todo lo que creíamos verdad era mentira.

Por el camino, nos replanteamos seriamente dejar sin pasar el pestillo del baño antes de irnos a la ducha, o pararnos a dormir en cualquier motel de carretera.



Psicosis cumple cincuenta años y aquel que no la haya visto tiene la obligación de acercarse a ella, que no les eche atrás su edad, o el blanco y negro, truco obligado para que la censura permitiese en pantalla la cantidad de sangre que Hitchcock quería tirarnos encima. Y un hurra por la torpe censura americana, porque ese blanco y negro convierte en artística una fotografía mítica.

La enamorada Marion Crane -hormonada hasta ganarse un pan de hostias- decide huir de todo cuando su jefe le pone en la mano un fajo de billetes para que conserve a buen recaudo. Ella piensa a buen recaudo mi buchaca y se pira con él tan lejos como su inteligencia de lectora de novela negra y su capacidad para pensar mil situaciones mientras conduce le permita. Hasta que acaba pasando la noche en el Motel Bates.



Pasar la noche, claro, es contarle a Janet Leigh unas cuantas horas más de vida de lo que Hitchcock le concede.

Bien, hasta ahí, la película empieza coñazo, continúa lenta pero ascendiendo y de repente tenemos una casa chula en lo alto de una colina. Y tras esa figura femenina al trasluz de una ventana se esconde un renacer, el momento más álgido y nunca superado del cine de Terror de todos los tiempos.

Todo autor de novela, director de cine, contador de historias de miedo sueña con narrar una escena tan terrórifica o más que esa ducha de Psicosis. El que lo consiga, simplemente, será un Dios.


A partir de esa silueta, de esas cuchilladas, de esa música infernal, de ese ojo al girar y de la sangre por el sumidero se han escrito tantas cosas, se han trabajado tesis enteras, que qué voy a decir yo. Obra maestra. Y punto. ¡Y sólo en media hora de película!

Sin embargo, como fan del Terror me gusta mucho más la película que empieza ahora y que protagoniza Vera Miles. La investigación, el misterio, la dura realidad, me resulta mucho más compleja e interesante que ese primer acto que culmina con la escena más famosa del género.

La muerte desde lo alto de la escalera me resulta mucho más terrorífica que la ducha, la revelación en el sótano, sencillamente magistral, el colofón, a media sonrisa de hijoputa de Anthony Perkins, directamente brutal.

Psicosis no es la mejor película de Hitchcock, por lo visto. Burda, tramposa y de telefilm, he oído. Pero pregunten a cualquier fan del Terror cuál es la primera película que recuerda, la primera que le metió el gusanillo del miedo por la pernera del pantalón. Pregúntense, cuántas películas nos dan tanto miedo sin que recurran a fantasmas, monstruos, zombies o asesinos imposibles de matar.

Pregúntense si alguna vez han visto una película más impactante que Psicosis, y si es así, recomiéndenmela. Porque Psicosis es, para mí, la mejor película de Terror de la Historia.

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