Críticas: Expediente 39
Si la única película que soporto de este intento de actriz, cruce entre barbie pepona y oso hormiguero, es Jerry Maguire, no es difícil imaginar el empacho y la náusea que me produjo tragarme de una sentada Expediente 39.
Buscando una cinta de Terror -otra más-, con niño coñazo, plaga imparable de nuestros días, más dura que la gripe A, me encontré a Renée Zellweger poniendo morritos hasta cuando se le prende fuego la casa, cuando su amago de novio amanece esnucao y hasta cuano se le clava en el culo la tira del tanga.
La justificación de Expediente 39 no es más que la tozuda insistencia de Renée Zellweger por aparecer en el cine comercial palomitero y remontar una carrera estancada desde Chicago y encasillada por Bridget Jones. Tenemos una niña con cara de asco a la que todo el mundo se quiere cargar, empezando por sus padres, y a una asistente social con boca de haber sorbido demasiado en pajita a la que no se le da bien descifrar las señales y las indirectas y se empeña en sacarla de allí y cuidarla como a una hija.
Si sorprendes a unos padres supuestamente normales intentando asar a su hija en el horno de la cocina, tía, algo pasa con esa niña. Sin embargo la Zellweger de Expediente 39 se lía la manta de Mary Poppins a la cabeza y se la lleva a su apartamento. Pues ahora te jodes por entormetida.
Expediente 39 tiene menos interés que las tiras cómicas de la revista parroquial y hasta el momento en que la niña decide ponerse en plan borde y empezar a mirar raro da menos miedo que una peli de Pajares y Esteso. Sin embargo, a raíz de esa escena en que la niña, con apenas tres gestos y dos miradas, no sólo demuestra que a su edad ya es mejor actriz de lo que la morritos será jamás sino que además obliga al psiquiatra a hacerse sus cositas encima, Expediente 39 cobra por lo menos un poquillo de emoción que permite que no se haga coñazo.
Esa media hora final no salva ni de lejos el conjunto, ni evita que los efectos visuales y las proezas de la niña dejen de ser de pacotilla, y tampoco oculta una cantidad tal de incoherencias y estupideces que convierten Expediente 39 en una pésima película de Terror y en una pestazo gigantesco en general.
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